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Imagina un viaje...


Todo comienza con la ilusión de conocer un lugar nuevo, seguido de la logística, que nunca es muy entretenida pero siempre es necesaria, siguen por supuesto los preparativos, las maletas y las compras de última hora para que no falte nada, tienes todo listo para el gran día, y sin más, inicias tu aventura... Ahora imagina que a medio viaje te sorprendes, las cosas no resultan exactamente como las imaginaste, el itinerario cambio, el clima te sorprende, no te sientes preparado, comienzas a hacer ajustes, tratas como siempre de tomar el control y... ¡Todo se sale de tus manos!. Te aferras a tus planes pero hay nuevos planes, sacas tus viejos mapas pero hay nuevas rutas (desconocidas para ti), el clima cambia sorpresivamente y tu no estas preparado, luchas por lo que tenías en mente hasta que te das cuenta que no sirve de nada... Haz un alto e imagínate en silencio observando todo ¿qué pasa por tu mente?... De pronto observas el paisaje y vez un cielo maravilloso, ¡respiras!... Te sientas y comienzas a disfrutar, miras lo que nunca habías visto y hasta te incómodas de ti mismo al pensarte unos instantes atrás... Y entonces el viaje comienza a ser nuevamente placentero, dejas de incomodar a tus acompañantes y prestas atención al guía, ¡porque hay un guía!... Por primera vez desde que inició el viaje te das cuenta que ha llegado el momento de tirar tu itinerario para disfrutar del paseo, te das cuenta que no hay nada mal en el viaje y que el problema es el viajero... ¡Te das cuenta!...

Hay momentos de este viaje en los que el viajero necesita un cambio de perspectiva, momentos que el Guía utiliza para mostrarnos como en un espejo lo que somos y lo que debemos ser...


Son buenos momentos, nada fáciles pero muy provechosos, momentos de ver hacia adentro, son momentos que le dan significado al viaje, porque nos sacan de lo que somos para llevarnos a lo que necesitamos ser. ¿Sabes de que te hablo?

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