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¿Si hubieran guardado silencio?



Era media noche y estos amigos estaban en el fondo de un calabozo frío, sucio y lleno de desolación, sus pies atados con grilletes, sus espaldas seguían supurando con la carne abierta por los azotes de aquella tarde, sin lugar a dudas un panorama desolador...

Tuvieron que pasar por los azotes, por las burlas, por el húmedo calabozo, por los grilletes, por el dolor, por aquellas horas en las que el silencio gobernaba la escena, por la soledad, aquellos minutos debieron pasar con mucha calma. Y a media noche, tuvieron un destello de eternidad, comenzaron a ver lo invisible, sus ojos se abrieron a un panorama distinto; Él estaba ahí, el que había vuelto de la muerte no los había dejado solos, en lo más profundo de sus corazones un fuego comenzó a encenderse, ¡Él está aquí!, ésta profunda convicción gobernaba sus pensamientos y una firme esperanza iluminó toda aquella oscuridad.

La mirada de aquellos hombres comenzó a cambiar, era como si frente a sus ojos se mostrara un panorama distinto, en medio de la injusticia no había una sola queja, solo un murmullo que comenzó a salir de sus labios y que pronto se convirtió en una canción de esperanza...

Los presos escuchaban sin entender, mientras que en el trono se levantó una mano y se hizo un gran silencio, todo se detuvo porque el Rey estaba atento al mejor de los conciertos, desde el fondo de un profundo calabozo...

Y después, justo después, ¡sucedió el milagro!... un fuerte terremoto sacudió el lugar, los cerrojos se hicieron pedazos, las puertas de la cárcel fueron abiertas y los grilletes se soltaron, aquella libertad física fue la antesala de la verdadera liberación que sucedería unos minutos después cuando llegó el guardia, que al sentir aquella sacudida bajo de inmediato y al ver las puertas abiertas, sabiendo lo que estaba en juego, intentó quitarse la vida...

-¡Espera, no te hagas ningún mal, todos estamos aquí! - fueron las palabras de Pablo.

-¿Que debo hacer para ser salvo? - contestó el carcelero con el rostro en la tierra, sabiendo que esto no podía venir más que del cielo.

-Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo tú y tu casa - respondió Silas

En aquella misma hora sucedió el verdadero milagro, este hombre y toda su familia recibieron el mayor de los regalos, los grilletes que aprisionaban su alma fueron rotos y con lágrimas en los ojos recibieron salvación y libertad, rindiendo sus vidas en respuesta.

¿Qué hubiera pasado si estos dos locos hubieran sido un poco más cuerdos?, ¿si se hubieran quedado callados soportando el dolor de sus heridas?, ¿Qué hubiera pasado si hubieran visto el panorama desolador que tenían de frente?, ¿Qué hubiera pasado si hubieran guardado silencio? Nadie les hubiera culpado por callar, era lo justo, era lo propio; estaban cansados y adoloridos, bien podrían haber cerrado sus ojos esperando un nuevo día con nuevas misericordias... bien podrían haber sido más normales y nadie les hubiera recriminado, bien podrían solo haber soportado y aun así hubieran sido héroes; Pero ellos, ¡no eran de este mundo!, lograban ver lo que los demás no podían si quiera imaginar, estaban convencidos que ahí entre ratas y humedad, no estaban solos, sabían que había un propósito y que si ellos tenían que pasar por ahí, ese propósito debía ser crucial, trascendente y eterno.

Si tan solo nosotros pudiéramos ver así, como Pablo y Silas, si la convicción superara nuestra angustia, si pudiéramos ver lo que está por suceder, entonces el dolor cobraría sentido y la carga dejaría de ser tan pesada; si tuviéramos un poco de fe para saber que no estamos solos, que Él está con nosotros, que el milagro está por suceder, que esto que duele tanto, pasará...

Hay momentos en los que no es suficiente “soportar”, momentos en los que necesitamos dejar de mirar el panorama tan desolador que nos rodea, momentos en los que saberlo presente sea más real que el dolor, momentos en los que forcemos nuestra alma a adorar; porque esos momentos son los que preceden al verdadero milagro, cuando el alma es liberada, cuando el corazón es sanado, cuando morimos a nosotros mismos, cuando podemos ver que todo tiene un propósito crucial, trascendente y eterno, cuando nuestra alabanza es oída en el cielo como el mejor de los conciertos...

Hechos 16:11-40


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